Sebastián Acevedo

S

Carlos Bone Riquelme

 Serian quizás en los 80, o más tarde…fueron tiempos de agitación política en Chile, y no extraños en este Chile nuevo y antiguo, donde conocí a muchos de los personajes más estrambóticos e interesantes de esa concepción.

Evans Weason, un ingeniero y exfuncionario de impuestos internos. Evans era un personaje de familia, elegante, y con una gran imaginación e inteligencia. Mas de alguna vez yo lo compare al gran escritor Stendhal; especialmente el día que nos reunimos en su apartamento y compartimos un “pito”, que él estaba dichoso de probar; recuerdo como su imaginación excedió lo normal, agigantándose, y como tomando una botella entre sus manos, la empezó a describir con las características y detalles de cada uno de los que estábamos en la mesa, y sin mencionar un nombre, nosotros podíamos adivinar de quien se trataba. También recuerdo su isla, localizada camino a Chiguayante, donde más de una vez compartimos un asado a orillas del rio Bio-Bio.

En ese grupo están tres de los personajes más excéntricos y que recuerdo con gran cariño. Grandes amigos como Jorge Torres, con su insuperable y atlética figura trabajada en muchas horas de gimnasio y que aun hoy conserva. Renato Bursmeister, un gringo pálido, alto, e increíblemente penquista pero foráneo y con una gran conversación y un intelecto que puesto a prueba pudo haber llegado muy lejos; y Carlos Meissner. Hermano del gran Eduardo Meissner, pero completamente opuesto en personalidad. Carlos tenía una extrovertida personalidad, de conversación ágil e interesante y cultivada, te pedía a gritos sentarte y tomar un café con él y escuchar sus teorías económicas heredadas de un gran economista chileno, Felipe Herrera.

Jorge Torress es un amigo que conocí a través de mi madre allá en los 65 o 66; yo tendría quizás 10 y solía pasar a buscar a mi madre a su trabajo en calle Barros Arana, Mademsa, una tienda de artículos de línea blanca cuyo dueño era otro gran personaje de concepción, Don Juan Villagrán. Don Juan, un gran señor, y con una capacidad humana que podría haber parecido extraño en ese personaje alto y circunspecto de hablar lento pero recto; mi madre solía salir de su trabajo y pasaba al “happy hour” de la época en un local localizado al lado de su trabajo llamado el “Gons”, local que fue muy conocido, y cuyo dueño, Eudaldo Anglada, fue otro de los grandes personajes de concepción. El “gordo” Anglada fue socio de Miguel Torregrosa en la Tranquera y el Gons y protagonizaron uno de los quiebres comerciales más conversados en aquellos tiempos. Fue entonces, cuando por diferencias entre ellos, se pelearon y salieron dándose de golpes desde el interior de la Tranquera hasta Barros Arana, en frente de una multitud asombrada. Ambos eran altos, y uno Delgado, Miguel, y el otro maceteado, Eudaldo…pero ambos tenían una gran personalidad.

A Eudaldo lo conocí un poco más pues mi madre le sirvió de guía turística en su compañía de turismo, con viajes a Argentina, Perú y recorriendo Chile. Yo iba con mi madre al Gon’s, y aunque no podía beber alcohol, me daban “una primavera” sin alcohol y me sentaba en la barra a conversar con los parroquianos a los cuales les sorprendía y divertía este pequeño un tanto precoz. Así conocí a Jorge, y a otro gran amigo llamado Patricio Infante, gran tipo, locuaz, simpático, y que poseía unos ojos azules penetrantes y que el usaba con gran éxito para hipnotizar a sus clientes en ventas.

Con Jorge Torress compartimos algunas aventuras que llegaron inclusive, en los 90, a una estadía de el en mi casa en Sunrise, USA y donde me acompaño en algunas investigaciones cuando yo recién me iniciaba en esta profesión de Detective Privado en Miami. A Renato lo conocí en otra institución penquista, “el Dom”, cafetería localizada al lado de la Catedral Metropolitana en Concepción. El Dom hoy ya tiene otro nombre y con otro dueño. En aquellos tiempos, el fundador y dueño de ese café fue la familia Schiafino. Patricia Schiafino fue compañera y gran amiga de Elena en el Banco Concepción, donde primero se ubicó este café, y luego del fallecimiento del padre de Paty, el lugar lo compro Camilo Henríquez; gran tipo al cual recuerdo con su postura atlética de gallito de pelea, pero muy sociable y amable y siempre sonriente.

Y ahí era donde empezamos a juntarnos en los 80, y allí conocí a Renato Burmeister. Renato era ingeniero, aunque nunca ejerció su profesión y su único trabajo conocido fue de gran conversador e intelectual. Pero es aún un gran tipo que no combina en esta Sociedad. Pertenece a otra época donde los valores e ideas son diferentes, y que me llevo a convertirme en gran admirador de él. Y así junto a él, conocí a Carlos Meissner que llego de España después de un gran conflicto personal, que incluía un divorcio, y un intento de suicidio. El también pertenecía a una de las familias antiguas de Concepción, y además con un hermano, Eduardo Meissner, gran pintor y que fue profesor en la Escuela de Arte de la Universidad de Concepción. Eduardo fue un gran intelectual y pintor, reconocido en Chile, con el cual también compartimos algunas historias, como cenas en su hogar y fiestas y salidas nocturnas.

Carlos, mientras tanto, era un gran orador, y a mí como a los otros amigos, nos entusiasmó su visión de la economía regional, muy influenciada por Felipe Herrera, con su posición de un gran Mercado común Latino Americano, y creo que todos quedamos embriagados con esta noción que algún tiempo más tarde me embarcaría en otra Aventura hacia Bolivia donde mis sueños de una economía conjunta murieron en una virulenta disputa civil en la Paz que me trajo lleno de pavor de regreso a Chile.

Ese fue el tiempo de las primeras grandes esperanzas en la política Latino Americana y que finalizaron en grandes fiascos como Chávez en Venezuela y Alan García en Perú. Carlos falleció hace ya algún tiempo, pero aún recuerdo con gran cariño a este gran hombre que podría haberse perfilado como un gran profesor.

Y Renato, amigo, cómo extraño nuestras largas tertulias acompañadas a veces por esos momentos de locura que nos embriagaba y te llevo más de una vez al cuartel de policía.

También recuerdo ese funesto día de octubre cuando estábamos compartiendo un café y de pronto gritos que provenían de la catedral nos llevaron a mirar que sucedía. Así fuimos espectadores circunstanciales de la tragedia que se Desarrolló desde los pies de la escalera de la Catedral. Vimos a un hombre que, parado en las escaleras de la iglesia, estaba gritando con desesperación, y a un oficial de carabineros tratando de calmarlo y acercarse lentamente a él, hablándole muy quedo. Pero de pronto, una llamarada exploto en el aire con un sonido que rompió la tranquilidad de esa tarde. Y esa antorcha humana corrió desde las gradas de la catedral hasta casi el centro de la Plaza de Armas localizada justo al frente, y cayendo a suelo se retorcía de dolor mientras algunos trataban de aplacar el fuego. Recuerdo como Renato, yo y muchos otros que nos encontrábamos en el café, horrorizados de este espectáculo, nos mirábamos consternados y sin creer lo que veíamos. La llegada de una ambulancia, de más policías, de espectadores que no podían entender lo que había sucedido en pleno centro de Concepción, y de nosotros que estábamos temblorosos e impactados, ha dejado un recuerdo trágico de aquella época, y creo que fue uno de los motivos que aceleraron mi partida de Chile. Pero aun hoy, la muerte de este hombre fue un impacto que aún recuerdo con espanto, la muerte de Sebastián Acevedo.

Sobre el autor/a

Carlos Boné Riquelme

Nacido en Valparaiso, Chile, vivió su juventud en Concepcion, ciudad al sur de Santiago que ha influído definitivamente en su desarrollo literario. Emigró a Estados Unidos en los 80, y estudió Investigation Criminal, para luego graduarse con honores de la Universidad Metropolitan en Ciencias de Justicia Criminal con especializacion en Procedimientos Policiales. Ha dedicado parte de su vida a investigationes privadas. Sus libros son cronicas de Concepción o historias, casi todas basadas en personajes y situaciones reales.

Síguenos